28.1.08

BOGOTA SEMANAL

El señor Naranjo salió esa mañana en bicicleta, compró un café del día grande por $ 2.000 en el Juan Valdez del Hotel Capital y lo guardó cuidadosamente en la canastilla de la bici. Tardó unos 15 minutos en descansar y buscar el periódico en la sala principal de la biblioteca pública Virgilio Barco. La sala siempre está llena de luz, los ventanales semicirculares abarcan el paisaje desde el oriente hasta el occidente, y en las mañanas la panorámica del centro de Bogotá y los cerros verdes y casi monolíticos dan la impresión de ser una ilustración medio naturalista medio cubista. El café estaba todavía caliente y solo con probarlo, el vapor invadió sus fosas nasales entrando por la boca, despertando el último rincón de sus cavidades oculares que permanecían dormidas sin inmutarse por el viento frío de la mañana.
El periódico estaba crujiente, recién doblado; a Naranjo le gusta mucho ser el primero que lo lee y cuando termina suele doblarlo con mucho cuidado para que el siguiente lector lo disfrute tanto como él. Y empieza el bombardeo : "Yo vi la iglesia en Bojayá donde las Farc mataron a 119 personas, entre ellos 45 niños"*, “Por celos, marido quema a su ex-mujer viva y luego se suicida mientras sus hijos y vecinos observan la tragedia. Arrepentido, con sus últimas palabras pide perdón”*, "Detenidos por descuartizado no aceptaron cargos de homicidio agravado y porte ilegal de armas; en el informe de la Fiscalía se indica que en la casa hallaron charcos de sangre, una pala con restos humanos y una sábana en la que envolvieron intestinos de la víctima "*.
Un suspiro...
Naranjo cierra cuidadosamente el periódico, como es su costumbre. Sorbe el último resto de café, pone el diario en sus piernas y cierra los ojos.
"EL TIEMPO : Un hombre de 77 años se suicidó en la biblioteca Virgilio Barco
Un empleado de la biblioteca, que pidió omitir su nombre, contó que el disparo "se oyó en toda la edificación. Después nos enteramos de que la bibliotecóloga de la sala vio todo lo que sucedió, pues el señor Naranjo se sentó al frente de su mostrador, se puso el periódico en las piernas y luego se disparó".
Naranjo era alto (medía alrededor de 1,80 metros) y de contextura gruesa. Según informaron empleados de BibloRed, estaba bien vestido, "como siempre", y no llevaba ningún maletín o maleta, motivo por el cual no se le pasó el detector de metales manual que manejan los vigilantes.
Naranjo solo tenía en sus bolsillos su cédula de ciudadanía, expedida en Tunja, y el salvoconducto del arma con la que se disparó
"*.

*.Todas las citas son tomadas de diarios de la vida real.

13.1.08

El compa'e Menejo

por Andrés

El compadre Menejo nació en una montaña, y nunca había visto luz eléctrica en su vida. Cuando llegó por primera vez a Sampués se asombró al ver un poste de luz y demandó con ansias a Doña Prístina en la tienda de la esquina sur oriental de la plaza: “Despácheme un calabacito, que sea alumbrador”. Regresó a casa emocionado con su calabacito, y le pidió a su mujer que le quitara las semillas para sembrar un árbol en el solar. Su mujer, una chica educada por monjas misión de la Compañía de María, orden fundada en Francia en 1607 lo recibe primero con las piernas abiertas, y luego con una risa burlona. No puede creer que Menejo sea tan ingenuo.

Duró varías horas intentando encender el calabacito, hasta que al término de 2 días con sus noches Menejo decide preguntarle a su mujer como funciona la electricidad. No era fácil para él, considerado el más culto de su familia, sobreponerse a su orgullo y recurrir al conocimiento de una mujer; pero la excusa era completamente meritoria. No se trataba de una tecnología conocida como los mecanismos de una máquina de coser, era algo entre místico, mágico y real. Se sentaron a la luz de las velas en la banqueta de madera de 8 puestos que ponen en frente del patio para secar el café, uno cerca al otro, abrazados y enamorados. Después de la explicación detallada de su mujer, no pudo conciliar el sueño por varios días imaginándose la forma aerodinámica de los electrones para que pudieran viajar a tales velocidades, los mecanismos de organización dentro de los cables para que las partículas que iban tan rápido no se chocaran entre sí, el color amarillento de los cortos circuitos controlados, el calor inmenso y sofocante de los hornos que convierten la arena en vidrio, los molinos gigantescos para generar el flujo eléctrico suficiente para prender por tantas horas las bombillas de la plaza de Sampués. Su mujer, desesperada por el insomnio y la inapetencia sexual de Menejo, recurre a una solución desesperada para aliviar la curiosidad de su marido: romperá el calabacito alumbrador y contratará un servicio de mensajería para las vueltas que se necesitaran en Sampués.

Al final del mes, Menejo vuelve a sus ocupaciones habituales: recolectar el café que se madura antes de tiempo en los racimos verdes, mantener disponible sal para el ganado, hacerle el amor a su mujer y afilar los machetes para el desyerbar constantemente el cultivo de arvejas. Sin embargo, nunca logró sobreponerse a a imagen de los focos en la plaza. Algún día, cuando su mujer se lo permita, volverá a Sampués y esta vez, cambiará el armónico y estable amor de esposo por la incertidumbre y emoción del método científico. No se puede tener una doble vida, no se puede amar a su mujer y a la ciencia al mismo tiempo. Esperará, como hacen los hombres decentes, a que su mujer tenga hijos y olvide a Menejo por estar pendiente de biberones, pañales y vómitos lácteos y babosos. Entonces podrá ser un hombre de ciencia.